domingo, 29 de agosto de 2010

Capítulo 2.

Por fin suena el timbre que avisa a todos que las clases han acabado hasta el día siguiente. Las cuatro amigas recogen apresuradamente sus libros y salen de la clase.

-Esta tarde voy a ir a la biblioteca, con mi hermana pequeña es imposible estudiar. ¿Os apuntáis? –pregunta Virginia.
-Por mí vale, ¿quedamos ahí a las 5?
-Contad también conmigo, en mi casa no me concentro y si estoy con vosotras, me obligáis a estudiar-añade Patricia.
-Yo… mejor me quedo en casa tranquila. Ya hablaremos esta noche, ¿vale chicas? Me voy ¡que se me escapa el bus!-y diciendo esto, Laura desaparece corriendo.

Al llegar a la parada, mira el reloj. Y tres minutos. Hasta y cinco no pasa. Se sienta en el banco y espera. Aún no puedo creerme lo que pasó el viernes. Sabía que antes o después David se iba a enterar, pero no de esa manera. Pensaba esperarme a que lo dejara con Rocío para decírselo yo misma. Parece increíble que en tan poco tiempo, sienta tantas cosas por él. Hace apenas cuatro meses, no sabía ni que existía y ahora...
Llega el autobús. Se levanta del banco, sube, y se sienta en su asiento de siempre, al lado de la ventanilla. En la calle, le llama la atención una gran pintada: “Ainhoa y Guille. Siempre juntos”. Laura no puede reprimir una risita de desprecio. Siempre juntos. Ya, claro. A saber qué habrá sido de estos dos. El amor es un asco. Son sólo complicaciones, comeduras de cabeza diarias y ganas de pasarlo mal… Sí, para enamorarse hay que ser muy masoca. Se pone los cascos, dispuesta a perderse en lo único que le hace sonreír en momentos como éste: la música.


-Hola papá, mamá- dice entrando en casa. Entra en su habitación y se encuentra a su hermano jugando con el ordenador.-Hola enano, ¿qué haces?- pregunta mientras le da un beso.
-Papá nos ha comprado un juego nuevo. ¿Quieres probarlo?
-Más tarde, voy a comer.

Aunque la verdad es que no tiene nada de hambre. Sólo tiene ganas de llorar, de llorar hasta deshidratarse. Como si con las lágrimas también fuera posible expulsar ese sentimiento de lo más profundo de ella. Ojalá todo fuera tan fácil como llorar… Ojalá tuviera la misma facilidad para olvidar a David. Pero, ¿a quién pretendo engañar? Yo no quiero olvidarlo, claro que no. Yo lo único que quiero es tenerlo a mi lado, saber que él siente lo mismo. Mirarlo a los ojos y sentir que su corazón me pertenece, que es en mí en quien piensa cada noche al acostarse, que no tiene ojos para nadie más que no sea yo… ¿Es mucho pedir?
Desgraciadamente sí. En especial cuando sabes que hay otra persona que tiene eso que tú tanto anhelas.


Algo más tarde, en casa de David.

-Entonces, ¿estás seguro de que le quedó claro que tú no quieres nada con ella?
-Que sí, ya te lo he dicho.
-Bueno, espero que tengas razón. Te dejo, que me están llamando. Adiós, te quiero.
-Adiós, Rocío. Yo también.

Cuelga el teléfono. Odio cuando se pone tan celosa, sabe de sobra que la quiero, que la quiero muchísimo, pero aún así, es muy desconfiada. Muy “posesiva”, como diría Laura. Se le escapa una sonrisilla al acordarse de su amiga. ¿Qué estará haciendo ahora mismo? ¿La llamo? Mejor que no, seguro que soy la última persona con la que tiene ganas de hablar. Pobre, la verdad es que fui un poco brusco. Rocío tenía razón, Laura se estaba enamorando de mí. Y yo que no me daba cuenta. Vale que pasábamos mucho tiempo juntos, pero es lo normal en los amigos. Creía que no había más que eso, amistad. Pero al parecer ella confundió amistad con algo más… La echo de menos, y eso que sólo han pasado tres días. La verdad es que las cosas son muy diferentes sin ella, sin sus bromas, sin su gran sonrisa, sin su manera de hacerme rabiar. Ella es una de las únicas personas que ha sabido escucharme cuando más lo necesitaba. En mis peleas con Rocío, mis comeduras de cabeza, mis miedos… Ella siempre ha estado ahí. Incluso el día aquel que me peleé con mi padre y lo pasé tan mal, que Rocío ya tenía planes y sólo se limitó a llamarme por teléfono para intentar animarme, ella fue quien me escuchó, me aconsejó y quien estuvo conmigo hasta que me sentí mejor. Laura es una gran persona. Hay que ser muy idiota para dejarla pasar. Y eso es lo que soy yo, un idiota que no me merezco ni tenerla en mi vida.

Anochece, las calles están iluminadas. Y, a pesar de ser un lunes por la noche, hay bastante gente paseando.

Laura abre el MSN y a los dos segundos, una pestañita naranja le informa de que le están hablando. Sabe de sobra quién es.

María: ¡Llegas tarde!
Virginia: Sí, tía, llevamos aquí esperándote unos tropecientos años…
Laura: ¡Exageradas! Si sólo me he retrasado 15 minutos. Bueno, y ¿por qué me estabais esperando tan ansiosas? ¿Alguna novedad que contar?
Patricia: Claro que sí. Pero nos la tienes que contar tú. ¿Qué te ha pasado con David? Esta tarde, cuando volvíamos de la biblioteca nos lo hemos encontrado y nos ha preguntado que cómo estabas. ¿Es que tienes que estar de algún modo en especial?
Virginia: Venga, ya estás tardando en empezar a contárnoslo.

Pfff… Ahora a contarles todo. Todo, todo, todo. Aunque parezca increíble, ellas no saben que me gusta David. Me lo he callado todo para mí solita, pensando que así sería más fácil; menos doloroso por si llegaba un momento como éste. Pero sí. Son mis amigas y creo que se merecen saber la verdad. Desde el principio. Claro que se lo merecen. Son ellas, las de siempre. Quizás necesite desahogarme, sacar todo esto. Me vendrá bien compartirlo con alguien. Y, ¿quién mejor que ellas? En momentos como éstos, cuando sientes que el mundo se te viene encima, cuando crees que estás sola… aparecen las personas realmente importantes.

María: ¿Y bien…?
Laura: Chicas, poneos cómodas…

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